Okapi: un animal que incluso en el siglo XX los científicos consideraban un mito

El okapi es una de las criaturas más enigmáticas del planeta. Este misterioso animal del bosque, con patas rayadas y una lengua increíblemente larga de color azul oscuro, permaneció desconocido para la ciencia europea durante siglos, existiendo únicamente en las leyendas de los pueblos indígenas del Congo. Los científicos europeos descartaron las historias sobre él como ficción hasta que descubrieron rastros reales de este "fantasma del bosque" a principios del siglo XX. ¿Cómo logró este gran mamífero, que convivió con los humanos, seguir siendo un mito durante tanto tiempo?

Incluso hoy en día, no todos conocen al okapi. Este animal no se desarrolla bien en cautiverio y rara vez se reproduce en zoológicos, lo que lo convierte en una rareza. En estado salvaje, el okapi vive exclusivamente en las remotas selvas tropicales de la República Democrática del Congo; no se encuentra en ningún otro lugar del planeta.

Cualquiera que vea un okapi en una foto por primera vez sospecha que es un truco de Photoshop. El animal realmente se ve extraño: su cuerpo se asemeja al de un caballo, sus patas tienen rayas como las de una cebra, y su cabeza y cuello se parecen claramente a los de una jirafa. Y no es casualidad: los okapis son los únicos parientes vivos cercanos de las jirafas.

A diferencia de las jirafas, los okapis prefirieron las densas selvas tropicales a la sabana. Por eso permanecieron desconocidos para la ciencia durante tanto tiempo. Los okapis son verdaderos maestros del camuflaje: las rayas en sus patas y rabadilla rompen a la perfección su silueta, permitiéndoles mimetizarse con las zonas de luz y sombra. Sus orejas grandes y sensibles y su excelente olfato les permiten detectar el peligro con antelación y desaparecer silenciosamente entre la maleza.

Una de las características más llamativas del okapi es su larga e increíblemente flexible lengua de color azul oscuro, de hasta 30-35 centímetros de largo. Con ella, los animales arrancan hábilmente hojas de arbustos e incluso de ramas altas. Los okapis también la usan para limpiarse, limpiándose fácilmente el interior de los ojos e incluso de las orejas.

Los machos tienen cuernos pequeños cubiertos de piel; las hembras no. Un okapi adulto mide aproximadamente 2,1 metros de largo, pesa unos 250 kg y tiene una cola de entre 30 y 40 cm de largo. Son solitarios, diurnos, extremadamente tímidos y de patas rápidas.

La gestación dura unos impresionantes 450 días, casi 15 meses. El nacimiento tiene lugar en plena naturaleza, donde el cachorro nace completamente indefenso y pasa los primeros días simplemente tumbado en la hierba, protegido por su madre, antes de finalmente incorporarse.

La madre nunca se aleja demasiado y mantiene un contacto vocal constante: los okapis adultos emiten una tos leve, mientras que las crías producen un suave mugido o silbido. Cuando se siente amenazada, la madre protege ferozmente a su cría; incluso se sabe que ha intentado ahuyentar a un grupo de hombres armados.

Los europeos descubrieron el okapi sorprendentemente tarde. Los indígenas del Congo, por supuesto, conocían bien al animal e incluso lo cazaban, pero permaneció desconocido para los europeos hasta principios del siglo XX. El primero en saber de él fue el explorador británico Henry Morton Stanley, quien lo conoció en 1890 a través de los pigmeos que vivían en las regiones más remotas de África Central.

Stanley notó que sus caballos no impresionaban a los pigmeos. Afirmaban que en el bosque vivían animales muy similares. En 1899, el gobernador de Uganda, Sir Harry Johnston, decidió investigar el mito de los "caballos del bosque" y se propuso encontrarlos.

Johnston no llegó a ver al animal, pero oyó a los pigmeos llamarlo "okapi" y recibió dos fragmentos de su piel de cazadores belgas en Fort Beni. Estos fragmentos fueron enviados a la Real Sociedad Zoológica de Londres.

Los científicos determinaron que la piel no pertenecía ni a un caballo ni a una cebra, sino a una especie desconocida para la ciencia. En 1900, el zoólogo Philip Sclater publicó una descripción del nuevo animal, bautizado como "caballo de Johnston". En aquel entonces, ningún europeo había visto jamás un okapi vivo, ni siquiera un cadáver completo; el descubrimiento se realizó a partir de fragmentos de piel. Naturalmente, Sclater tuvo muchos críticos que ridiculizaron abiertamente su descubrimiento "de gabinete".

Todo cambió en 1901, cuando una piel completa y dos cráneos fueron entregados a Londres. Tras un examen minucioso, se hizo evidente que los okapis no están emparentados con los caballos, sino que están estrechamente relacionados con los ancestros de las jirafas. La especie se denominó Okapia johnstoni, en honor a Johnston y a los pigmeos que llamaban al animal "okapi".

El primer okapi vivo llegó a Europa en 1919, al Zoológico de Amberes. Sobrevivió en cautiverio solo 50 días. Los ejemplares posteriores también murieron rápidamente. No fue hasta 1928 que se trajo una hembra a Amberes, que sobrevivió varios años (murió de hambre durante la Segunda Guerra Mundial en 1943).

El primer cachorro nacido en cautiverio nació en 1954 en Amberes, pero murió poco después. El primer cachorro superviviente nació en 1956 en el Zoológico de París. Hasta el día de hoy, mantener okapis sigue siendo un reto formidable, y la reproducción exitosa es un gran éxito. Hoy en día, solo se pueden ver en 143 zoológicos en todo el mundo.

Hoy en día, el okapi se encuentra exclusivamente en la República Democrática del Congo. Décadas de guerra civil e inestabilidad han dificultado considerablemente el estudio de la especie. Se desconoce su población exacta; se estima que hay entre 35.000 y 50.000 individuos en estado salvaje y unos 160.000 en zoológicos.

La única estación científica del mundo para estudiar el okapi está ubicada en el valle del río Epulu, pero los combates constantes hacen que trabajar allí sea extremadamente peligroso.

El okapi sigue siendo uno de los animales grandes más enigmáticos del planeta, una especie que, incluso en el siglo XXI, logra eludir a la ciencia con la misma destreza que los depredadores de la selva. Su historia nos recuerda que el mundo aún está lleno de misterios que pueden sorprender incluso a los investigadores más experimentados. ¿Crees que podría haber grandes mamíferos sin descubrir hoy en día?