De la antigua Roma a Netflix: cómo ha cambiado la cultura de la pereza y por qué la pereza no es vergonzosa
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Por Pictolic https://pictolic.com/es/article/de-la-antigua-roma-a-netflix-cmo-ha-cambiado-la-cultura-de-la-pereza-y-por-que-la-pereza-no-es-vergonzosa.htmlVivimos en una era de paradojas. Por un lado, la cultura del ajetreo exige que seamos productivos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, mientras que, por otro, cada vez más personas declaran abiertamente su derecho al descanso y al ocio. La palabra "pereza" ya no es una palabrota. Además, la capacidad de no hacer nada se ha convertido en una tendencia, debatida por psicólogos, celebrada por blogueros y practicada por millones de personas en todo el mundo. Pero ¿de dónde surgió esta cultura de la ociosidad consciente y por qué la historia de la pereza es mucho más interesante de lo que se cree?

La historia de la pereza no comienza con los adolescentes perezosos del siglo XXI, sino con las mentes más brillantes de la antigüedad. En la antigua Roma, existía el concepto de «otium»: ocio noble, tiempo para la reflexión, la creatividad y la contemplación. Este contrastaba con el «negotium», el ajetreo de los negocios y las obligaciones. Los filósofos y poetas romanos consideraban el otium una condición necesaria para el desarrollo del alma y el intelecto.

Marco Tulio Cicerón escribió tratados enteros sobre el valor de la ociosidad para la mente. Afirmaba que es en los momentos de paz donde nacen las grandes ideas. Plinio el Joven se retiraba a su villa en la Toscana para «no hacer nada con dignidad»: leer, pasear y conversar con amigos.
Los antiguos griegos también comprendían el valor del descanso de calidad. Su concepto de «scholé» (de donde deriva la palabra «escuela») se refería al tiempo libre dedicado a la superación personal y la reflexión filosófica. Fue en esos momentos, lejos del bullicio del ágora, que Aristóteles y Platón crearon sus obras inmortales.
Avanzamos unos siglos. La cultura del hedonismo en Italia adquirió su propio nombre: "dolce far niente", que literalmente se traduce como "la dulzura de no hacer nada". No se trata solo de pereza en el sentido cotidiano, sino de toda una filosofía de vida, donde la capacidad de disfrutar el momento se valora tanto como el trabajo duro.

En la cultura italiana, este estado se considera natural y necesario. La siesta —un descanso diurno durante las horas más calurosas— no es signo de pereza, sino una adaptación sensata al clima y el respeto por los propios biorritmos. Los largos almuerzos en familia, los paseos tranquilos por las calles al atardecer, las horas en una cafetería tomando un espresso: todo esto son manifestaciones del dolce far niente.
Los italianos creen que la vida es demasiado corta para dedicarla exclusivamente al trabajo. Saben cómo desconectar del ajetreo constante de la vida y simplemente vivir el momento. Ver la puesta de sol, observar a la gente en una plaza, escuchar el sonido de una fuente: estos sencillos placeres se consideran tan importantes como los logros profesionales.
Mientras los europeos del sur disfrutaban del sol y del ritmo tranquilo, los norteños desarrollaron su propia versión de la pereza consciente. El concepto danés de hygge describe una atmósfera acogedora, cálida y cómoda. ¿Qué significa hygge en la práctica? Es una manta suave, velas, chocolate caliente y un buen libro en una tarde fría.

Los escandinavos han convertido en un culto la capacidad de crear rincones de tranquilidad en la vida cotidiana. En países donde el invierno dura la mitad del año y las horas de luz se reducen a unas pocas, encontrar alegría en los placeres sencillos se ha convertido en una cuestión de supervivencia. No es de extrañar que Dinamarca encabece regularmente las clasificaciones de los países más felices del mundo.
Hygge no es solo una estética de Instagram con calcetines de punto y bandejas de madera. Es una filosofía que te enseña a apreciar el momento y a no perseguir logros externos. Los daneses pasan las tardes con familiares y amigos, apagan sus teléfonos y crean un espacio donde simplemente pueden estar, no impresionar.
La historia de la pereza estaría incompleta sin mencionar la época en que la ociosidad se convirtió casi en un delito. La Revolución Industrial y el capitalismo del siglo XX crearon una cultura donde el valor de una persona se medía por su productividad. El sueño americano prometía éxito a quienes trabajaban incansablemente.

A finales de siglo, surgió el término "adicción al trabajo", seguido del "síndrome de burnout". Millones de personas sacrificaron su salud, sus relaciones y su felicidad por el progreso profesional. La sociedad olvidó que el descanso no es una recompensa por el buen trabajo, sino una condición necesaria para él.
La pandemia de 2020 marcó un punto de inflexión. De repente, se hizo evidente que muchas tareas podían realizarse desde casa, mientras que la presencia permanente en la oficina era a menudo una tradición más que una necesidad real. La gente empezó a replantearse su actitud hacia el trabajo y la vida.
El fenómeno de la "renuncia silenciosa" arrasó en todo el mundo en 2022, aunque la idea en sí misma existe desde hace mucho tiempo. Renunciar silenciosamente no es un despido literal, sino más bien un rechazo a la cultura del exceso de trabajo y el esfuerzo excesivo. La gente sigue trabajando, pero hace exactamente lo que le pagan, y nada más.
Los críticos lo llaman pereza e irresponsabilidad. Los defensores argumentan que se trata de límites saludables y respeto propio. La generación más joven se niega a aceptar las reglas de un juego donde sacrificar la vida personal por los objetivos corporativos se considera la norma. No quieren "vivir para trabajar"; prefieren "trabajar para vivir".

Las redes sociales están llenas de historias de personas que abandonan trabajos prestigiosos por su salud mental. Han surgido movimientos como FIRE (Independencia Financiera, Jubilación Temprana), con personas que luchan por la independencia financiera y la jubilación anticipada. La pereza ha dejado de ser un vicio para convertirse en un acto de resistencia al sistema.
Los servicios de streaming se han convertido en el símbolo perfecto de la nueva cultura del relax. Netflix incluso acuñó el término "Netflix and chill", una expresión que describe la relajación en casa. La gente se enorgullece de pasar el fin de semana en pijama, volviendo a ver sus series favoritas.

Esto no es degradación, como afirman los moralistas, sino más bien el reconocimiento del derecho a un descanso adecuado. Tras una semana de estrés y plazos, una noche con palomitas frente a una pantalla puede ser la mejor terapia. Lo que importa no es lo que uno hace, sino cómo se siente al hacerlo.
La cultura moderna de la pereza ha aprendido a distinguir entre la ociosidad y la procrastinación. La procrastinación consiste en evitar tareas importantes, lo que causa ansiedad. La pereza consciente es la decisión de descansar sin culpa. Es la capacidad de decirse a uno mismo: «Hoy merezco no hacer nada».
Los neurocientíficos han descubierto que el cerebro requiere un "modo predeterminado", un estado en el que no estamos resolviendo problemas específicos. Es durante estos momentos que se produce la consolidación de la memoria, el procesamiento emocional y la intuición creativa. Muchos grandes descubrimientos se han realizado no en un escritorio, sino durante un paseo o en el baño.

Los psicólogos enfatizan la importancia de un equilibrio entre actividad y descanso. La tensión constante agota los recursos del cuerpo y provoca estrés crónico. La cultura del hedonismo, antes criticada, ha demostrado ser más sabia de lo que parecía.
Las investigaciones demuestran que los países con una actitud más relajada hacia el trabajo suelen mostrar una alta productividad. Los Países Bajos, donde la semana laboral promedio es de 29 horas, se encuentran entre las diez economías más productivas del mundo. No se trata de la cantidad de horas trabajadas, sino de la calidad de vida.
La historia de la pereza demuestra que la humanidad se debate constantemente entre la necesidad de trabajar y el deseo de descansar. Los romanos filosofaban en baños, los italianos paseaban por las calles de noche, los escandinavos encendían velas y la gente moderna ve series de televisión bajo una manta. Las formas cambian, pero la esencia sigue siendo la misma: la necesidad de paz y placer es universal.

La diferencia radica en que hoy podemos hablar abiertamente del derecho a la pereza sin temor a ser juzgados. Entendemos que el descanso no es un lujo, sino una necesidad. Que el autocuidado no es egoísmo, sino sentido común. Que la vida se crea no solo para el logro, sino también para disfrutar del proceso. El mundo moderno finalmente ha reconocido que no hay vergüenza en ser perezoso, siempre que sea una elección consciente y no una forma de escapar de la vida.
Quizás los antiguos romanos fueron más sabios que nosotros cuando construyeron ciudades con baños y plazas para conversaciones informales. Comprendieron que la civilización se mide no solo por la grandeza de sus edificios, sino también por la capacidad de su gente para ser feliz. Y en este sentido, una cultura de pereza consciente no es una regresión, sino un retorno a la sabiduría olvidada.
¿Qué opinas de la cultura moderna de la pereza? ¿Practicas el dolce far niente o crees que la vida no tiene sentido sin actividad constante?
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