¿Aún crees en los nobles salvajes? Los científicos te decepcionarán.
¿Te imaginabas a los pueblos primitivos como hippies bondadosos que compartían todo por igual y vivían en armonía? Los antropólogos han desmentido este hermoso cuento de hadas. Resulta que incluso en la Edad de Piedra, la gente era... gente.

Durante siglos, filósofos y antropólogos han admirado las sociedades de cazadores-recolectores, considerándolas un modelo de justicia y ayuda mutua. Esta imagen del "buen salvaje" ha inspirado a filósofos y escritores durante siglos. Pero los antropólogos modernos afirman que es hora de despertar. Tras la fachada de igualdad en las sociedades de cazadores-recolectores se esconde un astuto juego de intereses, donde cada uno lucha por su propia parte. Exploremos cómo los científicos han roto este estereotipo y qué han descubierto realmente.
La Ilustración trajo al mundo el sueño de un "hombre natural", libre de los vicios de la civilización. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau, uno de los principales defensores de esta idea, argumentó que la civilización solo corrompe, mientras que la verdadera virtud reside en la simplicidad prístina. Sus ideas influyeron en la literatura: recordemos Robinson Crusoe de Daniel Defoe, donde los "salvajes" son retratados como nobles y honestos.

Para el siglo XIX, este mito se había vuelto científico. Las expediciones trajeron consigo historias de pueblos "primitivos", y los europeos aplicaron con entusiasmo su propia perspectiva romántica. Friedrich Engels, estrecho colaborador de Karl Marx, incluso consideró a los cazadores-recolectores como un modelo de "comunismo primitivo". Escribió que en estas sociedades, todo se comparte y las decisiones se toman con base en el parentesco y la ayuda mutua, sin clases sociales ni Estado.

Curiosamente, Engels se basó en datos de tribus como los iroqueses en América del Norte, donde las mujeres sí tenían una fuerte influencia en la distribución de recursos, lo que apoyaba la visión de la igualdad de género.
Pero la realidad resultó ser más compleja. La caza y la recolección dominaron durante aproximadamente el 95 % de la historia de la humanidad, hasta la Revolución Neolítica hace 10 000 años. Durante siglos, los antropólogos consideraron estas sociedades como una «ventana al pasado». Sin embargo, análisis recientes muestran que la igualdad no es la norma, sino un sutil equilibrio de poder.
Los antropólogos Duncan Stibbard-Hawkes, de la Universidad de Durham, y Chris von Rueden, de la Universidad de Richmond, analizaron extensas cantidades de datos etnográficos. Su conclusión, publicada en la revista Behavioral and Brain Sciences, es simple: el verdadero igualitarismo (igualdad de oportunidades y bienes) no existe en ninguna sociedad de cazadores-recolectores estudiada. La aparente igualdad es resultado de la presión, el egoísmo y la lucha por la libertad, no del altruismo.

Tomemos como ejemplo el reparto del botín. Parece que el cazador regala carne a todos por pura bondad. Pero en realidad, es una forma de evitar peticiones y reproches molestos. Entre las tribus Kung de Sudáfrica, por ejemplo, un tercio de las conversaciones son quejas sobre vecinos codiciosos. Alrededor del 34% de las conversaciones diurnas giran en torno a la pregunta: "¿Por qué no compartiste?". El cazador distribuye comida para mantener la paz, no por amor al prójimo.
Otro ejemplo son los Mbendjele del Congo. Tienen un ritual llamado "mosambo": la parte agraviada reúne a todos y se queja a gritos de la arrogancia del "gran hombre". No se trata de justicia, sino de impedir que alguien tome el poder. Estas prácticas mantienen a raya a los posibles líderes, pero tras ellas no se esconde la armonía, sino una vigilancia constante.
¿Y la jerarquía? Existe, pero está oculta. El estatus no se otorga por la riqueza, sino por la utilidad y la modestia. Entre los Tsimane de Bolivia, quienes ayudan a todos y no presumen son respetados. El mejor cazador puede convertirse en una autoridad si es justo y cooperativo. Es como una competencia tácita: quien demuestra ser el más moral asciende a la cima.

Lo que desde fuera parece una cooperación armoniosa es, en realidad, una lucha constante e invisible. Cada miembro de la tribu defiende con fervor su independencia y no permite que sus compañeros se distingan de los demás. La igualdad aquí no es una manifestación de alta moralidad, sino el resultado de la contención mutua de intereses egoístas.
Von Rueden y Stibbard-Hawkes enfatizan que los científicos se equivocaron al confundir el resultado (distribución equitativa) con la causa (ética). En realidad, la igualdad es un efecto secundario de una lucha egoísta por la independencia personal. El mito del "buen salvaje" está obsoleto; es hora de profundizar en él.
Los hallazgos del estudio finalmente desmintieron el mito del "buen salvaje" que vivía en armonía idílica gracias a virtudes innatas. La igualdad en las sociedades antiguas resulta no ser una utopía de altruismo universal, sino un frágil equilibrio de egoísmos en pugna. Cada miembro de la tribu busca su propio beneficio y autonomía, y es precisamente el choque de estos deseos lo que crea la ilusión de cooperación desinteresada.

Este descubrimiento nos obliga a reconsiderar los orígenes de la sociedad humana y la naturaleza de la igualdad social. Quizás la búsqueda de la justicia en el mundo moderno se base menos en ideales elevados que en la renuencia práctica de cada persona a permitir que otros la dominen.
¿Crees en los "buenos salvajes" o crees que el egoísmo es el motor perpetuo del progreso? ¡Comparte tu opinión en los comentarios!
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