El sábado 6 de febrero comenzó en Río de Janeiro el famoso carnaval brasileño, que debería durar una semana. Los problemas económicos y políticos, así como la propagación del virus Zika, deberían haber asustado a la mayoría de los fanáticos de la colorida procesión, pero los brasileños admiten que no pueden evitar bailar y olvidarse de todas las preocupaciones durante al menos una semana.
Este año, miles de bailarines de varias escuelas de samba asombraron al público desde el primer día no solo con sus movimientos incendiarios, sino también con su vestuario, que consistía en pedrería, plumas... y, quizás, todo, nada más.